Animal Crossing es un videojuego que Nintendo desarrolló en 2001 y que, a pesar de tener varias versiones, alcanzó una popularidad sin precedentes en 2020 a causa de la cuarentena mundial provocada por la pandemia de COVID-19.
Al ser de un simulador social, la versión actual de Animal Crossing: New Horizon ha ayudado a los jugadores a realizar muchas de sus actividades recreativas de manera virtual y por lo tanto a soportar el encierro que al momento de este post está por alcanzar los 100 días.
La versión que yo tengo se llama Wild World (2005), es para el Nintendo DS, tiene música fabulosa y empecé a jugar por el mismo motivo que todos. A pesar de que no puedo jugar en línea porque Nintendo discontinuó su servicio de Wi-Fi Connect es como vivir en una utopía.
Como dice Yuval Noah Harari en su libro Homo Deus, el juego gira en torno a la inversión y al crecimiento: el jugador empieza endeudado y tiene que recolectar cosas para vendérselas a su acreedor y pagarle. Una vez que paga su hipoteca, el ciclo empieza de nuevo pues ahora hay que pagar una ampliación para la casa y así sucesivamente.
Pero gracias a la colaboración con los otros aldeanos el jugador puede obtener frutas para plantar árboles e incrementar sus ganancias, pues estas frutas se venden 5 veces más caras que la fruta nativa. Hay otros mecanismos para obtener dinero en el juego pero este me pareció el más interesante porque, además de fortalecer los lazos con los otros personajes, implica la confianza del jugador en el futuro.
Si mando una carta, ¿recibiré la fruta que quiero? Una vez que la tenga, ¿florecerá si la planto? En caso de que sí, podré vender tres frutas cada tres días o plantar más árboles y empezar este ciclo nuevamente.
Al momento sólo me faltan dos frutas, de las cuales una es un coco que llega de manera aleatoria a la playa. Así que voy a terminar este post e iré a esperar pacientemente a que aparezca nuevamente porque el que me llegó hace un mes no se dió en el lugar donde lo planté.